Inmigrante dominicano narra el tortuoso camino que recorrió para cruzar la frontera de EEUU
“Yo estaba convencido de que me iba a morir ahí (...) de verdad creí que no la libraba e incluso llamé a mi familia para despedirme de ellos”.
Diecinueve días le tomó a Lucas (nombre ficticio), cruzar ilegalmente la frontera de Estados Unidos. El hombre de 31 años residía el sector Los Guandules del Distrito Nacional y laboraba como montacargas de una compañía privada.
Cansado de su precaria situación económica, atormentado por las deudas y sin mucha fe en las oportunidades que le brinda su país para seguir adelante, el dominicano contó a periodistas de Listín Diario que tomó la decisión de migrar en busca de “un futuro mejor” para él y sus seres queridos.
“Yo comencé a ver qué personas con mi mismo empleo e incluso con menos preparación que yo les iba mejor allá (Estados Unidos), así que pensé '¿por qué yo no me voy también?', entonces empecé a indagar con mis allegados y me di cuenta de que el asunto era por Guatemala”, expresó.
Según dijo, se dejó guiar de los consejos de algunos de sus amigos y sacó su pasaporte. Finalmente, el pasado 26 de octubre viajó hacia esa nación centroamericana.
“Me fui con un muchacho y dos mujeres, en total éramos cuatro, compramos un vuelo a Guatemala que nos costó unos 55 mil pesos”, explicó.
Lucas manifestó que escogieron ese país para llegar a EEUU porque este no exige visado para los dominicanos y que una vez allí, las autoridades guatemaltecas solo le exigen un pasaje de ida y vuelta y una constancia de hospedaje o reserva de hotel.
“Lo importante es que ellos sepan que tú vas pero te vas a devolver”, añadió.
El inmigrante dijo que no duró más de 24 horas en ese territorio. Explicó que desde que se encontraba en República Dominicana, había concertado con “una persona”, recomendada por otro amigo que “ya había hecho el proceso” que lo guiaría a él y a su grupo hacia la frontera con México.
“Esa persona me dijo que cogiera un bus que me dejó en un campo de Guatemala que hace frontera con México y me explicó que allí otra persona me ayudaría a cruzar en balsa hacia el lado mexicano”, dijo.
De acuerdo al dominicano, el viaje en autobús le tomó unas ocho horas y le costó 20 dólares y el trayecto en la embarcación unos 10 dólares.
“Antes de cruzar, nos juntaron con otros doce dominicanos que estaban ahí esperando, entonces cruzamos 16”, agregó.
Una vez lograron pasar la frontera de Guatemala con México, otra persona los recibió y los llevó a una pequeña casa en Mazatlán, donde se mantuvieron hacinados por cuatro días.
Aunque recibían alimentos, por los que pagaron 500 dólares, no podían salir de esas cuatro paredes porque corrían el riesgo de ser detectados por las autoridades mexicanas.
“De Mazatlán, en lancha, llegamos a San Pedro y el grupo se separó, esa zona es donde los inmigrantes consiguen un permiso temporal para poder moverse en México”, explicó.
Al llegar a este lugar, Lucas relató que observó filas de casi mil personas de varias nacionalidades, en su mayoría venezolanos y que, si bien no tuvieron que pagar para obtener el permiso, si tuvieron que dar 400 dólares de soborno para asegurar uno de los primeros turnos.
Una vez Lucas y sus tres compatriotas obtuvieron el permiso de siete días, abordó un autobús por un costo de 900 pesos mexicanos con rumbo a la ciudad de México, pero fueron detenidos en un retén por pasar los límites geográficos del permiso.
Las autoridades mexicanas los retuvieron por unos tres días y los devolvieron a la ciudad de Oaxaca, hasta donde es válido el permiso.
Una vez en Oaxaca abordaron un autobús rumbo a la frontera mexico-estadounidense y en ese último transporte, camino a Mexicali vivieron el punto más neurálgico y peligroso de toda la travesía.
“En México 'no cogen esa', a nosotros ya nos habían alertado de que esos viajes eran sumamente peligrosos y que los miembros de los carteles obligaban a los choferes a pararse para atracar y hasta secuestrar a los pasajeros o si no, nos entraban a tiros”, contó.
Continuó su relato manifestando que presenció el secuestro de varias de las personas que los acompañaban en el bus y que su temor y desesperación era tan grande que tuvieron que introducirse el dinero por sus partes íntimas para evitar ser despojados de él.
“Yo estaba convencido de que me iba a morir ahí porque no iba a dejar que me raptaran, de verdad creí que no la libraba e incluso llamé a mi familia para despedirme de ellos”, dijo con tono afligido.
Pese a que llegaron a salvo a su parada, aún les quedaba un largo camino por recorrer a pie.
“Cuando por fin cruzamos a la frontera con Arizona, estábamos muy casados y somnolientos, tuvimos que hacer fogatas y abrigarnos con lo que pudiéramos porque el frío era terrible y alimentarnos con lo mínimo porque casi no nos quedaba comida”, sostuvo.
Fue el 13 de noviembre cuando los agentes de migración estadounidenses dieron con ellos y los apresaron.
Tres días después, fueron sometidos a un largo interrogatorio.
“Ellos me hicieron muchísimas preguntas, querían saber si tenía a alguien que pudiera hacerse responsable de mí aquí (Estados Unidos)”, explicó el dominicano.
Finalmente, su cuñado lo fue a recoger cuando dejó de estar bajo custodia y lo llevó hasta la ciudad de Nueva York, donde desde hace poco más de un mes, Lucas trabaja arduamente por alcanzar su “sueño americano”.
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